El Codigo Da Vinci:Capítulo Final Ilustrado

EPILOGO

Robert Langdon se despertó sobresaltado. Había estado soñando. El albornoz que tenía a los pies de la cama tenía el monograma del Hotel Ritz de París. A través de las persianas se filtraba una luz muy tenue. «¿Está oscureciendo o se está haciendo de día?» 

Se sentía muy cómodo, arropado plácidamente en la cama. Llevaba casi dos días durmiendo sin parar. Se incorporó despacio y se dio cuenta de qué era lo que le había despertado.... una idea de lo más absurda. Llevaba días intentando ir más allá de todas aquellas informaciones, pero de pronto se le había ocurrido algo en lo que no había pensado hasta ese momento. «¿Podría ser?» Se quedó un momento inmóvil. Se bajó de la cama, se metió en la ducha de mármol y dejó que el agua le cayera con fuerza sobre los hombros. Aquella idea seguía fascinándole. «Imposible.»

Veinte minutos después, salió del Hotel Ritz a la Place Vendóme. Estaba anocheciendo. Los días de sueño lo habían dejado desorientado... y sin embargo tenía la mente curiosamente lúcida. Se había prometido a sí mismo que haría una pausa en el vestíbulo para tomarse un café con leche, a ver si se le aclaraban las ideas, pero sus piernas lo habían llevado directamente a la puerta, y ahora estaba en la calle, ante la inminente llegada de la noche parisina.

Enfiló la Rué des Petits Champs con creciente excitación. Dobló por la Rué Richelieu, donde el aire se hizo más dulce con el aroma del jazmín en flor que salía de los jardines del Palais Royal. Siguió andando hacia el sur hasta que vio lo que estaba buscando, el famoso arco real, una gran extensión de mármol negro pulido. Se acercó más y escrutó la superficie que quedaba a sus pies. En cuestión de segundos, encontró lo que sabía que estaba ahí, varios medallones de bronce engastados en el suelo, formando una perfecta línea recta. Cada disco tenía un diámetro de cinco pulgadas y grabadas las letras N y S. «Norte. Sur.» Se giró hacia el sur y con la mirada siguió el rastro trazado por los medallones. Fue avanzando por ese camino, sin apartar la vista del suelo. Al llegar a la esquina de la Comédie-Francaise, pasó por encima de otro medallón de bronce. «¡Sí!» Langdon había descubierto hacía años que las calles de París estaban adornadas con 135 señales como esas, encajadas en las aceras, patios y calles, siguiendo un eje norte-sur que atravesaba la ciudad.


En una ocasión había seguido la línea que le llevó desde el Sacre Coeur hasta el antiguo Observatorio de París, cruzando el Sena. Ahí había descubierto la importancia del sagrado camino que trazaban. El primer meridiano de la tierra. La primera longitud cero del mundo. La antigua Línea Rosa de París. Ahora, avanzando a toda prisa por la Rué de Rivoli, Langdon sentía que su destino estaba cerca. A menos de una travesía.Cada linea del poema dentro del Criptex,lo llevaba a un lugar específico. 

Bajo la antigua Roslin el Grial con impaciencia espera tu llegada. 

Las revelaciones parecían sucederse las unas a las otras. La manera antigua de escribir Rosslyn... la espada y el cáliz... la tumba adornada por artes de maestros. «¿Era por eso por lo que Saunière tenía que hablar conmigo? ¿Había adivinado yo la verdad sin saberlo?» Empezó a correr, sintiendo que la Línea Rosa bajo sus pies le guiaba, le empujaba hacia su destino.

Linea Rosa-PARIS

 Al entrar en el largo túnel del Passage Richelieu, el vello de la nuca empezó a erizársele de la emoción anticipada. Sabía que al final de ese túnel se encontraba el monumento más misterioso de París, concebido y encargado en la década de 1980 por la esfinge en persona, Francois Mitterrand, un hombre del que se rumoreaba que se movía en círculos secretos, un hombre cuyo legado final a París había sido un lugar que Langdon había visitado hacía sólo unos días. «En otra vida.» Con un esfuerzo final, Langdon salió del pasaje, llegó a una explanada que le resultaba familiar y se detuvo. Sin aliento, levantó la vista muy despacio, con cautela, intentando abarcar la brillante estructura que tenía delante. «La Pirámide del Louvre.» Iluminada en la oscuridad. La admiró sólo un instante. Estaba más interesado en lo que le quedaba a la derecha.

Se volvió y notó que una vez más los pies se le movían solos por el camino invisible de la antigua Línea Rosa y lo llevaban hacia el Carrousel du Louvre —el enorme círculo de césped rodeado en su perímetro por unos setos bien cortados—, en otro tiempo escenario de primitivas fiestas de culto a la naturaleza... alegres ritos de celebración de la fertilidad y la diosa. Al meterse entre los setos y acceder a la zona de césped, Langdon se sintió como si estuviera entrando en otro mundo. Aquel suelo horadado estaba rematado en la actualidad por uno de los monumentos más atípicos de la ciudad. En el centro, hundiéndose en la tierra como un abismo de cristal, se encontraba la pirámide invertida que había visto hacía unos días al entrar en el la zona subterránea del Louvre. «La Pyramide Inversée.» Tembloroso, se fue hasta el borde y contempló el museo que se extendía a sus pies, iluminado por una luz dorada. No sólo se fijaba en la impresionante pirámide invertida, sino en lo que había justo debajo.Ahí, en el suelo de la sala se veía una estructura minúscula, una estructura que Langdon mencionaba en su texto. La posibilidad de que aquello pudiera ser cierto lo mantenía plenamente despierto. Volvió a alzar la vista y contempló el museo y notó que sus enormes alas lo rodeaban... aquellos pasillos llenos de las mejores obras de arte... Leonardo da Vinci, Boticcelli... 

Adornada por artes de maestros, ella reposa al fin en su morada.


La Virgen de las Rocas-Da Vinci

Maravillado, miró hacia abajo una vez más a través del cristal y vio la diminuta estructura. «¡Tengo que bajar como sea!» Salió de allí y cruzó la explanada en dirección a la pirámide que hacía las veces de entrada al museo. Los últimos visitantes de aquel día ya iban saliendo. Empujó la puerta giratoria y bajó por la escalera circular. Notaba que el aire se iba haciendo más fresco. Al llegar abajo, entró en un largo túnel que, bajo el patio del Louvre, llegaba a La Pyramide Inversée.


Al otro lado del túnel había una sala grande. Delante de él, colgando desde las alturas, estaba la pirámide invertida, un asombroso perfil triangular hecho de cristal. «El cáliz.» Los ojos de Langdon siguieron su forma decreciente desde la base hasta la punta, suspendida más de dos metros por encima del suelo. Y ahí, justo debajo de ella, se encontraba la diminuta estructura. Una pirámide en miniatura. De apenas un metro de alto. La única cosa en aquel inmenso complejo que se había hecho a pequeña escala. El ensayo de Langdon, además de tratar sobre la colección artística dedicada a la diosa que albergaba el museo, hacía un breve comentario sobre aquella discreta pirámide. «Esa estructura en miniatura sobresale del suelo como si fuera la punta de un iceberg, el ápice de una enorme sala piramidal sumergida debajo como una cámara oculta.» Iluminadas con la luz tenue de aquel sótano desierto, las dos pirámides se apuntaban la una a la otra, y sus puntas casi se tocaban. «El cáliz encima. La espada debajo.»
 

Custodios y guardianes de sus puertas serán por siempre el cáliz y la espada. 

Langdon oyó las palabras de Marie Chauvel. «Un día lo entenderás.» Estaba ahí de pie, bajo la antigua Línea Rosa, rodeado de «artes de maestros». «¿Qué mejor lugar que aquel para que Saunière pudiera estar siempre vigilante?» Ahora, al fin, le parecía que entendía el verdadero significado de los versos del Gran Maestre.Alzando los ojos al cielo, miró hacia arriba. La noche estaba cuajada de estrellas. 



Y el manto que la cubre en su descanso no es otro que la bóveda estrellada. 

Como los murmullos de los espíritus en la oscuridad, resonaron unas palabras olvidadas. «La búsqueda del Grial es literalmente el intento de arrodillarse ante los huesos de María Magdalena. Un viaje para orar a los pies de la que fue destronada, de la divinidad femenina perdida.»


Con repentina emoción, Robert Langdon cayó postrado de rodillas. Por un momento le pareció oír la voz de una mujer... la sabiduría de los Tiempos... que susurraba desde los abismos más profundos de la tierra.


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